Derek

Mi nueva vecina iba a acabar conmigo. Noches en vela, madrugones y su perro descontrolado escarbando en mi jardín. La paz y la tranquilidad que había tenido durante años desaparecieron con un cartel de VENDIDO y un camión de mudanzas.

Pero eso ni siquiera era lo peor. Oh, no. El mayor problema que tenía con mi nueva vecina eran esos diminutos pantalones cortos que se ceñían a sus curvas y hacían que se me hiciera la boca agua. Esos pantalones cortos eran la razón por la que mantenía las distancias.

O la estrangulaba o la hacía mía.

Chelsea

Debería haber preguntado antes de comprar mi nueva casa. Habría descubierto que me mudaba al lado del hombre más estirado de mi pequeño pueblo. Un hombre que pensaba que a las ocho había que apagar las luces y guardar silencio durante doce horas seguidas.

Pues que sepas que algunos sí tenemos vida, majo.

Después de otra nota más en mi puerta amenazando con llamar a la policía, decidí hacerle una visita a mi nuevo vecino. No esperaba encontrarme a su hijo sentado en el porche. Solo. Sin poder entrar en casa y asustado.

Ni que se me encogiera el corazón de forma tan dolorosa cuando aceptó mi ofrecimiento de una galleta y un lugar donde esperar a que su padre llegara a casa.

Quizá lo había juzgado con demasiada rapidez. Porque un niño tan dulce no podía ser hijo de un hombre tan grosero. O puede que el padre soltero de al lado fuera más de lo que parecía.

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